Energía agresiva.
Arrebatos.

Incestos
cuando tergiversas compulsivamente
los impulsos.

A veces parece que somos familia.

Furia,

coraje

y alevosía directa… muy directa.

Perversidades hechas y derechas,
deslizadas con naturalidad

                      [como quien no quiere hacerlo

siempre fuera de contexto.

Contratiempos que se suicidan
en la versión más sucia de mis sábanas,
cuando ejerces de interludio glorioso

entre tus noches y mis delirios.

Fantasma de las expectativas que se materializan

solo
y solo

cuando tu entrepierna esta guerrera,
tu líbido a flor de piel,

pero tus ganas de enfrentarte a la insatisfacción se precipitan
como un bolero en un concierto de punk.

Juegas de local en mi piel, asegurando el espectáculo.

Siempre es mejor plebeyo conocido,
que príncipe por conocer.

Voltaje creativo.

Hoy vienes con la mirada encendida
y las bragas en el bolso.

Propones una guerra ácida:
actividad asidua
en esos menesteres

(cuerpo a cuerpo, piel con piel)

que surgen cuando masturbamos nuestros cerebros

en paralelo

y muy fuera del sistema.

Sumisión sin atadura,
porque obedeces sin necesidad de darte órdenes.

Comunicación sensorial,
cuando se involucra mucho más que palabras disonantes.

La gestualidad propone una posición inicial.
Mandato divino que se cumple a rajatabla.

Te encanta exponerte inmóvil a mi merced,
pura,
diáfana…

digna.

Los mordiscos son la piedra angular de mi periplo por
tu angelical inventario de argumentos.

Choques eléctricos en tu sistema nervioso.

Identificó tus meridianos y les prendo fuego.

Tu respiración exige encantamientos.

Eres la exaltación de la excitación

en estado puro.
Inmóvil.

Solo esperas recibir al extranjero que se hace esperar.

Forastero que conoce muy bien todos tus predios.

Llanuras,
acantilados,
praderas vírgenes

y por supuesto

el hermoso bosque tupido
especialmente acicalado para esta ocasión;

campo de golf excelso
en las postrimerías de la mina de los tesoros infinitos.

¿Me darás diamantes?

O solo rubíes líquidos
fuera de la época de cosecha.

Vendimia.

Quiero sentirte húmeda,
desbordada y vibrarte: entregada.

Que corra tu vino tinto
y que se corra sin miedo,
sin límite,
pero sobre todo

sin pudor.

Letanías de confianza.

Mantras de primavera y alaridos despiadados
que describen a tu animalidad
ávida de los tormentos propios de verano

en pleno invierno.

Es justo lo que tengo en mente para ti:

Sometimiento insensato,
incesante,
inclemente,
imperial

y hasta impropio pero caníbal.

Porque te devoro por dentro y por fuera.

Me recibes inmóvil y muy obediente.

Tus ojos estallan.
Tu piel suplica clemencia.
Tus labios exigen intensidad con coraje.

Brillas.

Estallas
al punto de coquetear contigo misma.

Te devuelvo la movilidad y me hechizas con tu jerga en leguas vivas.

Contacto íntimo con tu sexo humeante.

Me impregnas de tu vitalidad compulsiva
en actos de pureza endiablada.

Soy solo un instrumento de placer.

Gozo fogoso que encadena suspiros,
gruñidos compungidos en el imaginario grotesco de insaciable frenesí.

Tus chakras se alinean con mi miembro viril,
conectando con las estrellas y el centro del universo.

Asunción a la montaña rusa de ensueño,

sin tomarnos un respiro.
Se repiten acciones
en un sampler anatómico de momentos secuenciados.

Viaje al centro y la tierra
o
Dos mil 1 Odisea en el espacio

en tan solo un instante de luz perpetuo que derrota a las tinieblas.

Somos como un polo a tierra que absorbe la polaridad de la vía láctea.

Pareces como poseída.

Siempre preguntas:

¿”Podemos lograrlo de nuevo”?

A lo que yo respondo con una invitación vitalicia
al Olimpo orgásmico del que no podremos salir.

Los tesoros se desbordan en modo avalancha,

uno
tras
otro…

convirtiendo nuestro lecho en una piscina.

Vaya par de nadadores nadaístas
esforzándose por morir

en la nada

del contacto íntimo pero muy social.

Nado sincronizado,
lucha grecorromana,
romanticismo postmoderno
con tintes nostálgicos de mutismo.

Es tu particular forma de demostrar afecto.

El juego de la presa que muta a cazadora cuando me echa de menos.

Nota el pie de página.

Ella nunca espera a que la psicodelia se diluya.

Le encanta desaparecer loca perdida,
con las pupilas dilatadas y el sexo en llamas.

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