Impulsos. 

Detalles que brillan en una realidad enclaustrada dentro de un rectángulo táctil de última generación.

Ojos brillantes que quieren narrar lo incontable, como faros en un puerto salvaje  e inédito que me quieren guiar por el camino de los acantilados de su cuerpo.

Fotos ambiguas que esconden su identidad, pero resaltan el carácter sensual y morboso de alguien que prefiere siempre insinuar.

Mi imaginación lo entiende y zarpa en un viaje transoceánico por los mares de la fantasía y el deseo.

Sigo sus ciber huellas 

y las replicó con letras e imágenes que cuentan 

con timidez acerca de mi humanidad emocionada ante el hallazgo de un tesoro.

Una cosa lleva a la otra:

Descubro su voz sonora y sugerente.

Su acento dulce,

pero sobre todo la picardía de una niña que se mimetiza dentro de una mujer de poder.

La marea sube de un modo incontrolable:

Viaje interestelar a modo de telekinesis. 

Sin mover mis pies tiro del ciber hilo  que nos une hasta encontrar su piel.

Delirio húmedo de un contacto sin tocarnos.

Dibujo el recorrido de mis labios por su cuerpo:

Incursiono en su cuello y bajo por la espalda como un escáner que recorre cada milímetro de su geografía salvaje. 

Respiración entrecortada.

Me pide más y mis letras penetran sus  pupilas con la furia de las ideas que quieren condensar

su húmeda humanidad.

Conversaciones a medias.

Curiosidad maldita en stereo, 

de esa que genera tatuajes en el subconsciente y bendice sus suspiros.

El ciberespacio entero es testigo del aliento transgresor que impulsa a preguntas banales…

En este punto ya es inevitable nuestra primera cita en una realidad tangible.

Impulsos..

El diseño  de fantasías se sobrepasa  a sí mismo y decide otorgar a la anarquía del momento el devenir de nuestro guion experimental.

Me sudan las manos.

La veo venir, como una silueta que levita en otra velocidad entre la gente gris.

El tiempo se detiene y el espacio se transforma.

Iluminación dramática de hora azul fuera de contexto y la banda sonora de una caída libre sin paracaídas

No hay vuelta atrás.

Sus labios buscan directamente los míos superando la barrera de las mascarillas.

Mis manos exploran por fin esa cintura que tanto imagine.

Sus ojos brillantes lideran la comunicación no verbal. Sin pensar caminamos de la mano a un lugar digno de un ritual de iniciación y deseo.

Todo es nuevo para ambos.

El vino corre por sus  curvas acompasadas por una elegante electrónica que redimensiona el momento.

La ropa se evapora con los besos

y su piel entabla una simbiosis con mis tatuajes.

Estoy frente a su catedral y me dirijo a su portal, estimulando con mimo el punto sensible de magia infinita.

Me tiro en clavado dentro de ella, 

lamiendo todos sus rincones oscuros y claros.

Siento como vienen (por oleadas) sus demonios a sacudirme.

Uno a uno los saludo con júbilo y vértigo.

Recurro a su bufanda para atarle las manos en todo lo alto.

Es como un Cristo, esperando ser sacrificada. Se siente a mi merced y le pone….

¡Le pone mucho!

Me deleito con sus pechos y el vino,

torrente que sigo con mi miembro hasta que la inercia de la anatomía nos encaja como imanes.

Vuelve a morderse el labio…. el de ella y el mío.

Es como una saga erótica  postmoderna.

La luz estalla cuando entró en ella.

¡Despilfarro de frenesí!

No sé donde estoy y me encanta. 

Estoy flotando en la inmensidad de su sexo, experimentando apneas psicodélicas al internarme en la oscuridad de su pura existencia.

Con la valentía de un explorador de otro tiempo, incursiono todas las veces que puedo dentro de esa Diosa del sin sentido.

La bufanda no da más de sí y sus manos se liberan con la violencia de una jauría de lobos salvajes.

Sus manos me marcan la espalda con las uñas, preparando la llegada de los  ríos desbordados de su infinita feminidad furibunda.

La gramática de la lengua española se queda corta para relatar lo que sucedió en ese momento. 

Descargas eléctricas de placer húmedo que nos someten desde el más allá.

Yo solo quiero seguir y ella me pide más.

La montaña rusa del momento exige un giro argumental.

Su boca en mi miembro y la mía en el suyo.

Caemos como una avalancha que se hace gigante para explotar en un estallido al unísono.

Mi quinta escencia resbala por su cuerpo, sus pechos, sus labios.

Es como una vampira adicta a nuestro devenir.

Ella promulga que se tiene que ir…

Pero prolongamos la despedida una y otra vez.

Me  pide que le acompañe.

Deambulamos de la mano hasta el parking.

Antes de subir a su nave de madre (tunneada para transportar cachorritos) me empuja contra la parte trasera de una  furgo.

Se pone de rodillas frente a mí,

abre mi pantalón y crea  un karaoke televisado por las cámaras de seguridad.

Sabe que nos observan.

Acto seguido: Ella seduce a nuestros atónitos espectadores relamiendo lo más profundo de mi ser.

Fue una interpretación estelar.

Su manejo del micrófono enardeció mis entrañas y al público presente.

Finalmente, condujo bruscamente fuera del parking mientras yo salía  flotando, víctima del escrutinio del respetable. 

En el primer semáforo se detiene y me envía un audio:

Quiero más!

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